Costa Rica y Nicaragua

No puedo separar mi visita a estos dos países. Fueron pocos días de viaje, y la visita a uno fue en medio de la del otro.

Llegamos primero a San José en Costa Rica, dicen que esa ciudad no tiene nada que ofrecer, yo sólo vi su centro, que en realidad es lindo de noche. Buen café, buen pan, comenzamos a tratar con la gente, muy amable y servicial, así fueron durante todo el viaje.

Después visitamos dos playas en el Pacífico, Tamarindo y Montezuma; ésta última la mejor, con un ambiente muy tranquilo, playas casi vírgenes, sin hoteles, ni restaurantes a pie de playa, pero un pequeño pueblo que te ofrecía toda la diversión. Tiene cascadas, oportunidad para hacer senderismo y ver variedad de animales. Hasta aquí parecen pocos lugares dirán, para un país tan pequeño en comparación con México, pero en realidad las distancias, a pesar de que son cortas, se hacen largas gracias a los pocos medios de transporte y los caminos que son malos; sin tomar en cuenta el mal sentido del tiempo, heredado de los indígenas americanos, supongo, que viven los ticos.

Rapidito nos fumos para Granada, en Nicaragua. Es una ciudad pequeña, dicen que de las más lindas de Nicaragua, la verdad es que su centro es pintoresco, pero algunos lugareños nos decían que no saliéramos de ahí, podía ser peligroso. La comida muy mala, no hay variedad, ofrecen el gallo pinto (arroz y frijol negro) como la gran especialidad, pero esto no es muy especial para un mexicano.

Nos movimos a Ometepe, esta Isla en el lago Nica, en el centro del país (creo). Su particularidad es que tiene dos grandes volcanes al centro de la isla, con numerosa cantidad de poblados al rededor. Estuvimos en casa de un amigo francés, bueno, una casa-cabaña en construcción, linda, pero no era lo que esperaba. En realidad no tenía idea de cómo sería este sitio y cuáles serían las condiciones. La comunidad era pequeña, con pocos servicios de agua, luz, sanitarios, transporte, alimentos. Pero definitivamente, esta fue la mejor manera de conocer el lugar. Aquí en Ometepe subimos el volcán Maderas; ha sido una experiencia de las más fuertes que me han ocurrido en un viaje.

Salimos temprano relativamente, con un guía de la comunidad para subir el volcán, que en realidad era un chico que hacía más de un año que no pisaba el volcán. Pero que sin él, definitivamente no hubiéramos sobrevivido. Desayunamos en el camino para llegar al pie del volcán, entre caminata y un paseo en canoa manejado por Edel (el guía). Por fin llegamos al volcán después de dos horas. (Nos habían dicho que eran 4 horas de subida y otras 4 horas de bajada del volcán, pero nunca nos dijeron que eran más de 2 horas de camino para llegar a él). La subida fue intensa, sobre todo las primeras 2 horas, recuerdo, esa falta de ejercicio disciplinado y las cajetillas de cigarro, siempre dificultan los inicios en estas actividades. Ofrecí ese cansancio por el amor que quiero encontrar, por olvidar mis relaciones pasadas. Pensé en todos los nombres a los que he querido.

La última media hora de subida fue desesperante, no veíamos la punta, pero al final valió la pena, la vista desde arriba hacia el centro del volcán era muy linda, entre nubes, entre el viento. Sólo pudimos estar al rededor de 30 minutos allí arriba. Edel parecía asustado, eran las 3:30 pm y teníamos que estar abajo antes de las 6 pm para que no nos agarrara la noche. Comenzamos la bajada. Qué cosa tan horrible, después de dos horas de bajar con gran dificultad por las piedras, el barro, el hambre y la sed, sentía que no avanzaba nada. Trataba de ser rápida, brincaba, me arriesgaba gracias a la presión de Edel. Mi amiga estaba muy cansada, se caía constantemente. Después de 3 horas de bajar, Edel tenía que cargar a mi amiga, ella gritaba, decía que no podía más. Mis piernas ya no funcionaban igual, pero si me quejaba como ella, nunca íbamos a salir de allí. Nos tomó la noche arriba del volcán, creo que el miedo me empujaba a ir más rápido, pero no podía adelantarme mucho, Edel tenia a mi amiga, o bien en la espalda, o bien de la mano, ella ya no podía sola, lloraba, preguntaba hasta cuándo.

Lloré, pedí 5 minutos para tirarme en el piso, me enojé conmigo misma; por mi culpa estábamos ahí, yo insistí en subir el volcán, a pesar de que ya había probado la experiencia en Ecuador, y aún así insistí sabiendo que mi amiga tenía peor condición que yo. Soy testaruda, eso lo debo de cambiar. Pensé que tal vez tanto cansancio mental y físico serviría de algo, seguro encontraría el amor. Y nadie en México sabía que estábamos allí, y si nos pasaba algo... Me caí, me levanté, Mi ropa se rompió, estaba sucia. Sentía cada nervio y músculo adolorido de mi cuerpo. ¿Así sentirían los migrantes en sus largos recorridos? Qué pena.



Al fin llegamos al rededor de las 10 pm a una granja- hostal, no pudimos llegar hasta la casa de mi amigo, comí, me enjuagué todo el cuerpo y me fui a la cama. No dormía, tenía pesadillas, me veía en el volcán cayendo a algún precipicio. Estábamos bien.

Al día siguiente nos fuimos de regreso a Costa Rica, pasamos por Liberia, no había nada. Llegamos a la Fortuna y a las aguas termales que bajan del volcán El Arenal; riquísimo, me lo merecía, un masaje con agua caliente, una expoliación con café y que una costarricense me bañara cual bebé. Gracias a la vida que me permitió vivir esos momentos.


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